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"Sabías que terminaría en esto, ¿no es así? Solo nosotros dos, máscara a máscara."
Vultraz

Brothers In Arms

Hermanos en Armas es una serie en línea publicada en BIONICLEstory.com en 2008. Cuenta la historia del conflicto entre los Matoran Mazeka y Vultraz.

Capítulo 1[]

Hace cinco años…

Mazeka se hizo a un lado al mismo tiempo que la navaja de ácido atravesaba el aire justo dónde él había estado. Pudo oír el furioso siseo de roca centenaria disolviéndose donde la espada había rozado. Un paso más lento y esa habría sido su armadura.

Cayó al suelo y rodó, terminando de nuevo en pie con una daga lista. Vultraz hizo girar la navaja sobre su cabeza, sonriendo. “Sabías que terminaría en esto, ¿no es así?” dijo el Matoran de armadura carmesí. “Sólo nosotros dos, máscara a máscara.”

“Esta no es una de tus fábulas épicas,” contestó Mazeka. “Eres un ladrón y un asesino, Vultraz. Mataste a una aldea entera de Matoran que nunca te habían hecho nada.”

“Excepto tener algo que yo quería - Una gema de lava intacta, algo difícil de encontrar en la Península de Tren Krom,” dijo Vultraz. “No querían renunciar a ella... pensaban que apaciguaba el volcán o algo así, evitando que hiciera erupción... un par de explosiones bien sincronizadas y un mar de lava después, y se dieron cuenta de lo equivocados que estaban.”

Mazeka atacó. Vultraz se hizo a un lado y golpeó a su enemigo con el lado de su navaja, quemando una huella del arma en su armadura. Mazeka tropezó hacia el borde del acantilado y se detuvo justo a tiempo. Toda la ladera de la montaña estaba llena de cristales filosos, lo suficientemente afilados para desgarrar armadura y tejidos en tiras.

“¿Cuántas veces tendremos que hacer esto?” dijo Vultraz. “¿Cuándo vas a darte cuenta de que no eres un Toa... sólo un aldeano loco que piensa que tiene que arriesgar su cuello luchando contra los malos? Vete a casa, Mazeka. Vuelva a tu pequeña vida, antes de que me obligues a terminarla.”

Mazeka se puso de pie de un salto, dando la espalda al barranco. Vultraz tenía razón – sólo era un Matoran, sin Poderes Elementales o de máscara. Aunque claro, Vultraz también lo era, pero su antiguo enemigo tenía años de experiencia mintiendo, estafando y matando. Hasta hace unos años, Mazeka sólo era un erudito intentando resolver los misterios del universo. Eso era antes de que Vultraz asesinara a su mentor y robara valiosas tabletas que contenían los resultados de años de investigación. Los dos se habían enfrentado muchas veces desde entonces, pero las tabletas nunca fueron encontradas.

“Baja tu arma, viejo amigo, y vete,” dijo Vultraz.

“¡Nunca fuimos amigos!” escupió Mazeka.

“Claro que sí,” sonrió Vultraz. “Todos esos felices años trabajando duro en nuestra retrógrada y pequeña aldea, intentando no llamar la atención de Makuta Gorast. Sólo que yo era el más ambicioso de los dos. Yo salí.”

“Y has estado corriendo desde entonces,” dijo Mazeka. “Es hora de que te detengas, antes de que corras hacia algo a lo que ni siquiera tú puedas enfrentarte.”

Vultraz embistió, blandiendo su navaja... pero no hacia Mazeka. En vez de eso cortó el trozo de roca sobre la que estaba parado su enemigo. Esta se desintegró por el ácido y se desmoronó. Mazeka también cayó, agarrándose al saliente y colgando suspendido sobre los cristales afilados.

“En verdad no quiero matarte,” dijo Vultraz en voz baja. “Eres una conexión con mi pasado... un recordatorio de todas las cosas en las que evité convertirme. Pero sigues cruzándote en mi camino, y no puedo permitir eso.”

Vultraz levantó la navaja sobre su cabeza y la bajó. Mazeka se balanceó hacia el lado, soltándose del saliente con una mano y usando el impulso para levantar las piernas. Pateó a Vultraz en el costado al mismo tiempo que el ataque del Matoran lo llevaba hacia delante. La combinación lanzó a Vultraz por el borde del barranco. Mientras caía nunca gritó.

Mazeka miró hacia abajo y maldijo. Era imposible divisar el cuerpo de Vultraz a tanta distancia, pero eso era bueno, de cierto modo. Caer por cientos de metros de filosos cristales dejaría muy poco para ver. Se concentró en tratar de volver a subir antes de unirse a su enemigo en la muerte.

Una mano envuelta en armadura azul marino agarró su muñeca y lo levantó. Pertenecía a una guerrera que Mazeka no había visto nunca antes. Llevaba una maza con cadenas y un escudo y se veía lo suficientemente poderosa como para derribar a un tiburón Takea de un golpe. No era una Toa, de eso estaba casi seguro, pero no tenía idea de quién podía ser.

“Soy una.. amiga,” dijo la recién llegada. “Mi nombre no importa. Vi lo que pasó aquí. Eres muy valiente, Matoran.”

Mazeka negó con la cabeza. “Valiente no. Afortunado. Y ni siquiera eso... murió antes de decirme lo que necesitaba saber. Ahora tengo que regresar a mi aldea y someterme a la justicia de mi gente.”

La guerrera negó con la cabeza. “No temas. Les hiciste un favor y serás recompensado... ¿Y quién sabe a quién más puede que hayas ayudado el día de hoy?”

Mazeka no respondió, sólo se alejó caminando con la cabeza gacha. La guerrera lo vio marcharse. Cuando ya casi se había perdido de vista, el rostro y la forma de quien lo rescató comenzó a brillar y cambiar. En un instante, la poderosa guerrera había sido reemplazada por Makuta Gorast. Miró a Mazeka, y luego echó un vistazo por el borde del precipicio.

“Sí, pequeño héroe,” dijo, sonriendo con malicia. “¿Quién sabe?”

Capítulo 2[]

Hace cinco años… A veces, un ser hace algo tan completamente inesperado, tan totalmente increíble, que incluso se sorprende a sí mismo. Este día, ese ser era Vultraz – y lo que hizo fue despertar.

Tras caer por un barranco, Vultraz esperaba estar muy muerto. En vez de eso, estaba acostado en una losa en una oscurecida cámara, siendo atendido por... bueno, eran Rahi de algún tipo, y prefería no saber exactamente de qué tipo o por qué lo pinchaban. Se preguntó si de alguna forma había sobrevivido a la caída, sólo para ser recogido por animales salvajes como un bocadillo nocturno.

Intentó moverse, pensando que tal vez podría hacer un rápido escape. Pero sus brazos y piernas estaban atados con alguna clase de liana. O eran Rahi muy inteligentes, o había alguien más involucrado.

Ese alguien escogió ese momento para acercarse. Vultraz dio un grito apagado. Sólo la había visto fugazmente un par de veces, pero aún así conocía a Makuta Gorast. Intentó fingir que seguía inconsciente, incluso sabiendo que no la engañaría.

“Puedo leer tus pensamientos,” siseó la Makuta. “Y tu miedo, pequeño Matoran. Pero no tienes nada que temer... estás a salvo aquí.”

Si se hubiera atrevido, Vultraz habría reído. Nadie sabía qué les pasaba a los Matoran que terminaban en las garras de Gorast, pero había muchos rumores. Cada uno era peor que el anterior, y algunos eran completamente repugnantes. Vultraz había hecho cosas bastante malas en su vida, pero era un tierno Rahi al lado de Gorast.

“Si eso fuera cierto, te habría dejado caer, en vez de tener Rahi allí para salvarte,” dijo Gorast. “Es cierto, fuiste herido... gravemente... pero sobreviviste.”

“¿Por qué...?” Vultraz se detuvo. Su voz no sonaba como su voz. Miró sus manos – la armadura en ellas era completamente diferente. ¿Qué había pasado aquí? ¿Qué le había hecho ella?

“Eres bien conocido en la península,” contestó Gorast, leyendo sus pensamientos una vez más. “Demasiado bien conocido para mis propósitos. Pero tu enemigo está ocupado difundiendo la noticia de tu muerte, y los cambios que he hecho asegurarán que nadie te reconozca.”

“Sólo.. sólo ¿qué es lo que quieres que haga?” preguntó Vultraz, ya sabiendo que no le gustaría la respuesta.

“Quiero que encuentres a un Matoran por mí,” dijo Gorast. “Un Matoran llamado Krakua... y cuando lo encuentres, esto es lo que quiero que hagas...”


Mazeka regresó a su aldea, trayendo las noticias de la caída mortal de Vultraz. Algunos le dieron la bienvenida como a un héroe, aunque él no se sentía como uno. Había fallado en recuperar lo que Vultraz había robado, fallado en capturarlo – y aunque la muerte del Ta-Matoran terminó con su maldad, todavía no era algo que pudiera celebrar.

Se encontraba sentado a solas en su choza esa noche cuando alguien golpeó la puerta. Cuando la abrió, no había nadie allí. Molesto, dio un portazo y volvió a su estera. Fue entonces que notó que la silla en el centro de la habitación había cambiado de posición. Fue a devolverla a su lugar, y descubrió que no podía – era como si estuviera clavada al suelo.

“Yo no haría eso,” dijo una voz grave y rasposa. “Sólo vas a hacerte daño.”

Mazeka saltó hacia atrás casi un metro. No había nadie más en la habitación, pero alguien le estaba hablando. Tomó un arma y se dio la vuelta. “¿Quién está ahí? ¡Muéstrate!”

“Ah, si tan sólo pudiera,” contestó la voz. “Desafortunadamente, no todos los experimentos tienen resultados felices. Por cierto, lo único que lograrás girando así es marearte. Estoy en la silla.”

“¿Quién eres?” demandó Mazeka, medio convencido de que todo no era más que una alucinación.

“Mi nombre es Jerbraz, una vez fui uno de los los más guapos y apuestos de los miembros de mi pequeño círculo de amigos... es decir, cuando podía ser visto. Ahora tengo que confiar sólo en mi encanto para dar una buena impresión... eso y esta desagradable espada invisible que convenientemente fue convertida conmigo. Si ves que la cabeza de alguien salta de su cuerpo misteriosamente, no es tu imaginación.”

Mazeka retrocedió hasta el muro, intentando alejarse tanto de la silla como pudo. “¿Es por eso que estás aquí? ¿Para matarme? Pero no te he hecho nada.”

“No,” contestó Jerbraz. La silla se movió hacia atrás, como si él se hubiera levantado y la hubiera empujado. “Pero sí le hiciste algo bastante permanente a un terrible amiguito llamado Vultraz. Y la gente para la que trabajo aprecia esa clase de iniciativa. Queremos contratarte.”

“¿Para quién trabajas?” preguntó Mazeka, aún indispuesto a aceptar la realidad de seres invisibles ofreciendo trabajos.

“Si te lo dijera, y rechazaras la oferta, tendría que... bueno, ya sabes. Así que supongo que sólo tendrás que aceptar o rechazar...” Jerbraz rió. “... A ciegas.”

“¿Entonces podrás decirme de qué va el trabajo?” dijo Mazeka.

“Sí,” contestó Jerbraz. Mazeka pudo sentir que ahora su visitante estaba parado junto a él. Un instante después, sintió una mano invisible sobre su hombro. “Es detener a gente como Vultraz – hay más de esos de lo que crees – y proteger a sus futuras víctimas. Específicamente, para empezar, a un potencial objetivo – un Matoran llamado Krakua.”

Mazeka pensó en Vultraz, todas las cosas malas que había hecho, toda la gente a la que había hecho daño. Si había más como él ahí fuera, robando, matando y arruinando vidas, ¿Cómo podía rechazar una oportunidad para detenerlos?

“Bien,” dijo el Matoran. “Mientras no me tenga que volver invisible también... estoy dentro. Sólo dime qué es lo que tengo que hacer...”

Capítulo 3[]

Hace cinco años…

“¿Estás seguro de que esta es una buena idea?” susurró Mazeka.

“No,” respondió el invisible Jerbraz. “Pero es la única idea que tengo.”

Los dos estaban en las afueras de una pequeña aldea en la Península de Tren Krom. Mazeka no la había visto nunca antes, y había explorado gran parte de la península a lo largo de los años. A primera vista, se veía como cualquier otra aldea – una serie de chozas, un área de reunión en el centro, Matoran deambulando por allí. Lo único que la marcaba como extraña era el absoluto silencio que impregnaba cada centímetro del lugar.

“¿Qué es lo que sucede?” preguntó Mazeka, tan silenciosamente que apenas pudo oírse a sí mismo. A pesar de eso, uno de los Matoran se detuvo y miró a su alrededor.

“Son De-Matoran,” respondió Jerbraz. “Matoran del Sonido. Muy sensibles al ruido, por lo que se entrenan desde el principio para no hacer más de lo necesario. Por el lado positivo, su audición es tan aguda que están escuchando, probablemente, cada palabra que decimos... y así sería aún si estuviéramos a un kio de distancia.”

Mazeka consideró eso. “¿Entonces por qué estamos susurrando?”

“Por respeto. Aparte de que odian los sonidos fuertes – es por eso que no permiten Toa aquí. Donde van los Toa, hay batallas... y las batallas son ruidosas.”

Mazeka sintió la invisible mano de Jerbraz palmar en su hombro. “Krakua está por allí, a la izquierda del claro – es a él a quien buscas. A mi sólo me parece un aldeano más, pero la gente en el poder dice que es importante. Así que entrarás y lo sacarás... antes de que alguien más lo haga.”

El que había sido identificado por Jebraz se mantenía alejado en solitario, pero no por elección propia. Los otros Matoran lo estaban evitando, junto con darle miradas de desagrado. Mazeka no tardó en comprender por qué: Krakua estaba tarareando para sí mismo.

“Alguien cree que algún día podría convertirse en un Toa,” continuó Jerbraz. “Puedo ver por qué. Los Matoran con el llamado a veces son algo... excéntricos. Casi como si su cerebro supiera algo que no les esta diciendo.”

Tras un empujoncito de Jerbraz, Mazeka se metió en la aldea e hizo señas a Krakua. Fue cuidadoso de no llamarlo en voz alta. No había motivo para llamar la atención de los demás. Cuando Krakua se unió a él en las afueras, Mazeka dijo, “No me conoces, pero me enviaron aquí para encontrarte.”

“¿Quién?” preguntó Krakua.

“No puedo decirte eso,” respondió Mazeka.

“Bien. ¿Qué tal por qué?”

“Tampoco puedo decirte eso,” contestó Mazeka, ya sintiéndose bastante incómodo.

“¿Hay algo que puedas decirme?” preguntó Krakua, frustrado.

Mazeka miró por sobre el hombro de Krakua. Algo estaba rodando hacia el centro de la aldea De-Matoran. “¡Sí!” gritó, lanzándose hacia Krakua. “¡Confía en mí!”

Los dos cayeron al suelo con fuerza. Mazeka puso sus manos sobre los receptores de audio de Krakua justo a tiempo. Un muro de sonido azotó la aldea, terriblemente doloroso para un ser con sentidos normales, más que devastador para los Matoran de Sonido. Los Matoran cayeron al suelo casi al instante, abrumados por el sonido. Mazeka también estuvo a punto de desmayarse, pero luchó por mantenerse consciente y hacer lo posible para proteger a Krakua.

Cuando el efecto finalmente terminó, Mazeka no podía oír su propia voz. Llamó a Jerbraz un par de veces, pero no podría haber oído la respuesta si es que la había y no sintió ningún golpecito en su hombro. ¿Acaso el agente de la Orden lo había abandonado?

Antes de que pudiera preocuparse por eso, alguien entró en el claro. Era un Ta-Matoran, aunque no uno que Mazeka reconociera. Recogió despreocupadamente el dispositivo usado para derribar a los aldeanos, sonrió, y lo tiró a un lado. Luego inspeccionó a los Matoran inconscientes como si buscara a alguien en particular. De vez en cuando usaba su espada para darle la vuelta a uno y verlo mejor.

Mazeka quitó sus manos de la cabeza de Krakua. A través de señales de mano le dijo a Krakua que lo siguiera. Mazeka comenzó a alejarse, pero pisó una rama, partiéndola. Aún era incapaz de oír, por lo que nunca notó el sonido. Pero el Ta-Matoran sí.

Un instante después, Krakua dio vuelta a Mazeka. Cuando lo hizo, una daga lanzada por el Ta-Matoran se enterró en un árbol cercano. Mazeka sacó su propia espada, listo para luchar. Pero el Ta-Matoran no avanzó – de hecho, parecía un poco sorprendido.

“¡Corre!” gritó Mazeka a Krakua. “¡Sal de aquí! Yo me ocuparé de esto.”

Krakua dudó. Luego sus pies se separaron del suelo y salió volando hacia la jungla. Mazeka casi sonrió – Jerbraz no se había ido, después de todo. Estaba poniendo a Krakua a salvo.

El Ta-Matoran avanzó. Mazeka se inclinó sobre sus talones, listo para enfrentar el ataque. El Ta-Matoran hizo un par de ataques tentativos, luego se puso manos a la obra, cortando y rajando. Mazeka paró los golpes, incluso devolviendo unos cuantos. Todo el tiempo, algo le molestaba. Había algo familiar en su enemigo – no en cómo se veía, ni cómo sonaba, ya que no había dicho ni una palabra. No, eran sus movimientos de combate. De vez en cuando, hacía algo que tocaba una fibra familiar, para luego irse.

Desafortunadamente, un combate no es el mejor momento para intentar refrescar la memoria. El Ta-Matoran tomó ventaja de su distracción para desarmarlo. Mazeka intentó recuperar su espada, pero el Ta-Matoran se interpuso entre él y su arma. Un golpe rápido y Mazeka había perdido su máscara. Tropezó y cayó al suelo.

Su enemigo estaba sobre él, sonriendo. Levantó su espada para asestar el golpe mortal, girándola sobre su cabeza por un momento.

Y entonces Mazeka lo supo. Alguien o algo había cambiado su apariencia, pero ese hábito de girar su espada antes de un ataque final... sólo una persona hacía eso, que Mazeka recordara.

“¡Vultraz!” dijo en un grito apagado. “¿Estás... vivo?”

“Más de lo que se puede decir de ti,” susurró Vultraz, mientras bajaba su afilada espada hacia la cabeza de Mazeka...

Capítulo 4[]

Hace cinco años…

Mazeka se forzó para mantener los ojos abiertos mientras Vultraz bajaba la espada hacia su cabeza. No le daría a su enemigo la satisfacción de ver que estaba asustado.

El afilado acero se acercó más y más… Mazeka aceptó que sería lo último que vería en su vida…

Y entonces la espada se detuvo, a menos de medio centímetro de la máscara de Mazeka. Cuando miró más allá de la hoja, Mazeka pudo ver que Vultraz sonreía.

“No, no tengo necesidad de matarte ahora,” dijo el Ta-Matoran. “Te he vencido. Cada respiro que des a partir de ahora es sólo porque yo lo permito. No importa donde vayas, con quien luches, cuántas batallas ganes - Sabrás que sólo estás caminando, hablando y viviendo gracias a mi.” Vultraz rió. “Acabo de salvar tu vida, Mazeka... creo que eso se merece un agradecimiento, ¿No?”

Mazeka no dijo nada, sólo miró a su enemigo con ojos llenos de odio.

“Aunque claro, es una lástima que haya perdido al pequeño De-Matoran, pero no te preocupes – lo alcanzaré más tarde, y le daré lo que no te di a ti,” continuó Vultraz. “Respecto a ti... que tengas una larga vida, Mazeka. Te quiero rondando por ahí para que recuerdes este día.”

Con eso, el Ta-Matoran retiró su espada y desapareció en la jungla. Mazeka se puso de pie, listo para perseguirlo y arreglar las cosas de una vez por todas. Pero una mano invisible lo detuvo.

“No es por eso que estamos aquí,” dijo Jerbraz. Mazeka podía oírlo claramente, aunque no podía verlo. “Conseguimos lo que vinimos a buscar. Quédate satisfecho con eso.”

“Pero –” comenzó Mazeka, enojado y frustrado. Luego se detuvo. Jerbraz tenía razón. Si ese tal Krakua era tan importante, llegar a él antes que Vultraz era la prioridad... ¿O no?

“Krakua está en un lugar seguro,” dijo Jerbraz. “Ahora puede ser entrenado. Hay una razón por la que no ves muchos Toa del Sonido por ahí – son vulnerables a su propio poder. Una de las pequeñas bromas de los Grandes Seres, supongo. Nos aseguraremos de que pueda usar su poder – todo – cuando algún día se vuelva un Toa... porque vamos a necesitarlo.”

Mazeka lo escuchaba sólo a medias. Su mente estaba en su pelea con Vultraz – una pelea que juró no había terminado. “Escucha,” dijo. “Hice lo que me pediste. Ahora quiero un favor a cambio. Quiero entrenamiento.”

“¿De qué tipo?” preguntó Jerbraz.

“Quiero aprender a pelear,” dijo Mazeka en tono sombrío. “Quiero aprender a ganar de manera limpia... y ganar de manera sucia. Cuando termine, quiero ser un maestro con la espada, con mis puños, con cualquier clase de arma – y luego quiero que salgas de mi camino.”

“¿Vas tras ese Ta-Matoran, supongo?” dijo Jerbraz.

Mazeka se alejó de la voz, adentrándose en la jungla. “Estamos perdiendo tiempo. Tienes un Matoran que entregar... y yo una cacería para la cual prepararme.”


Ahora…

Mazeka entró en una posada en una de las zonas más desagradables de Stelt. La isla entera estaba alborotada – algo sobre una cosa monstruosa y reptiliana arrancando el techo de un edificio. Él no vio señal alguna de una criatura gigante, por lo que la tomó como sólo otra descabellada historia Steltiana.

Estaba aquí para ver a un Fe-Matoran cuyo nombre cambiaba cada par de meses. Un renegado artesano Nynrah renegado, el Matoran tenía el brazo derecho malo, resultado de un accidente en una forja. Por supuesto, cualquier Nynrah que se mereciera sus herramientas podría haber hecho una nueva parte mecánica para reemplazar a la dañada, pero él no lo había hecho – la historia decía que lo dejaba así como recordatorio de que incluso los mejores pueden cometer errores.

Dos grandes guerreros azules estaban de pie junto a las escaleras que llevaban al segundo piso. Dejaban en claro que no se permitían visitantes. Mazeka asintió, se volvió como para irse, luego giró y dio una devastadora patada a la articulación de la rodilla del más cercano. Cuando el segundo intentó desenfundar su espada, la daga de Mazeka destelló. Desarmó al bruto con un rápido movimiento. El guardia embistió y Mazeka lo esquivó, apareciendo tras su gran oponente. Antes que el guardia pudiera darse la vuelta, Mazeka saltó, puso una mano en el hombro del gran guerrero, y luego golpeó ambas rodillas contra su cara. No hizo mucho más que aturdir al matón, pero eso era todo lo que Mazeka necesitaba. Tomó ventaja de la situación para subir corriendo por las escaleras.

La puerta al taller del Fe-Matoran estaba cerrada con llave. Mazeka la derribó de una patada. El Matoran del Hierro intentó tomar un arma, pero la daga de Mazeka ya estaba lista para ser lanzada. “Sólo quiero hablar,” dijo Mazeka.

“Tienes una forma muy ruidosa de decir hola,” respondió el Fe-Matoran. “Estoy abierto a los negocios – lo único que tenías que hacer era tocar.”

“Lo sé todo sobre tus negocios,” dijo Mazeka. “Alguien hablará contigo sobre ello otro día. En este momento sólo tengo una pregunta – ¿Dónde está Vultraz?”

El Fe-Matoran hizo lo mejor que pudo para parecer confundido. “No conozco a ningún Vultraz.”

“Lo ayudaste a modificar su vehículo,” contestó Mazeka. “Y él lo usó para atacar una aldea en una isla no muy lejos de aquí. Dos Matoran murieron, 12 más salieron heridos. Tú eres el responsable de eso.”

“¿Por qué yo?” dijo el Fe-Matoran. “¡Yo no lo hice! ¡Él lo hizo!”

Mazeka hizo girar su daga, luego la lanzó hacia el artesano Nynrah. Golpeó su máscara, quitándosela. El Fe-Matoran se tambaleó e intentó alcanzar su máscara perdida, pero Mazeka llegó primero y la alejó de una patada. “Vultraz. Ahora.”

“¡No sé nada!” balbuceó el Matoran. “¡Devuélveme mi máscara!”

Mazeka puso su pie firmemente sobre la máscara caída. “Dime lo que quiero saber o la destrozaré. Y luego tú y yo podremos tener una agradable y larga conversación hasta que te desmayes. Entonces, ¿Qué será?”

“Él dijo... dijo que se iba a ganar el favor de un Makuta,” dijo el Fe-Matoran. “Dijo que se dirigía al núcleo... es todo lo que dijo, lo juro, al núcleo... para llevar algo a alguien llamado Icarax.”

Mazeka asintió. Eso coincidía con otros pedazos de información que había recopilado.

“Está bien, gracias por la información,” dijo. Casi casualmente bajó su pie e hizo pedazos la máscara. “La próxima vez, no tardes tanto en responder.”

Mazeka abandonó la habitación, tan ensimismado en sus pensamientos que casi no notó a los dos guardias esperándolo afuera. Estaba tan distraído que le tomó diez minutos enteros huir de ellos. En su camino de vuelta a su Caminante de Pantano se preguntó – ¿Qué se proponía Vultraz ahora? ¿Y cómo podía detenerlo?

Capítulo 5[]

Daxia era un buen lugar para visitar, siempre y cuando fueras un miembro de la Orden de Mata Nui y hubieras sido invitado. Había lugares para relajarse y entrenar, bibliotecas llenas de tabletas sobre cualquier tema imaginable, y un manantial central de energía para cuando se estaba hambriento. Claro, también había una armería, una bodega de equipamiento, y un centro de vehículos al que los miembros podían acceder antes de ir a sus misiones.

Si, por otro lado, no eras bienvenido... bueno, esa era otra historia, como Mazeka acababa de descubrir. Ya había estado en Daxia antes, durante su entrenamiento, e incluso su vehículo Caminante de Pantano le había sido entregado por Toa Helryx, líder de la Orden. Con algo de reserva, ella había aprobado su persecución tras Vultraz, con la condición de que eso no entorpeciera otros trabajos que ella necesitaba que hiciera. Pero también se le había dejado en claro que los viajes de vuelta a Daxia debían ser autorizados primero, para que la Orden pudiera asegurarse de que no lo estaban siguiendo a su base secreta.

Este día, Mazeka no había hecho eso. Había alborotado la costa de Daxia, buscando información. Su viejo enemigo, Vultraz, se dirigía a algún lugar llamado el núcleo, llevando algo para un Makuta llamado Icarax. Mazeka estaba decidido a detenerlo, pero antes, tenía que aprender qué era el núcleo y dónde estaba. Y sabía quién tendría las respuestas.

“¡Helryx!” gritó, mientras corría por el corredor principal de la base de la Orden, con dos guardias persiguiéndolo. “¡Solicito una audiencia!”

“¡Atrápalo!” gritó uno de los guardias. “¡Podría ser un espía de la Hermandad!”

Mazeka se detuvo repentinamente y se tiró al suelo. El guardia que iba más adelante tropezó sobre él y cayó de bruces.

Mazeka se levantó, tomando la muñeca del segundo guardia. Con un rápido movimiento, lanzó al guardia por sobre su hombro, haciendo que el centinela se golpeara contra el suelo.

“Lo siento,” dijo Mazeka. “Pero no tengo tiempo para canales oficiales.”

Ambos guardias estaban poniéndose de pie, por lo que Mazeka volvió a correr. Aunque no podía volverse invisible como su antiguo entrenador, Jerbraz, sabía cómo “desaparecer” cuando tenía que hacerlo. Las sombras eran sus amigas. Encontró un escondite y esperó a que los guardias pasaran corriendo antes de volver a salir.

Mazeka sabía dónde estaba la cámara de Helryx – también sabía dónde estaban todas las trampas y estaciones de guardia por el camino. Jerbraz lo había entrenado para prestar atención a cosas como esas. Nunca se sabe cuándo podrías necesitar el conocimiento. Ahora lo usó para evitar que lo detectaran mientras avanzaba hacia el centro de la base.

Bajo circunstancias normales, probablemente esto habría sido imposible de hacer. Pero con la Orden ahora en guerra contra la Hermandad, el número de miembros en Daxia había disminuido. La mayoría de los agentes estaba fuera guiando operaciones contra fortalezas Makuta, es decir, muchos guardias menos que esquivar.

Entrar a la cámara de Helryx por la fuerza sería imposible – demasiado bien protegida. Pero había notado un túnel de escape construido en un muro y había decidido buscar por dónde salía. Ahora entró por esa salida escondida y siguió el túnel, todo el camino hasta su objetivo.

Pero cuando salió, vio que Helryx no estaba allí. En su lugar, había un agente mayor de la Orden de Mata Nui, Tobduk. Él era exactamente la última persona que Mazeka esperaba ver.

Tobduk era alto – fácilmente 10 pies de altura – y aunque se veía muy delgado, eso era engañoso. Era puro fibroso músculo. Usaba una Kanohi Sanok, la Máscara de la Precisión, una muy apropiada para él – porque él era un asesino.

Este miembro de la Orden en particular recibía los trabajos sucios, y prosperaba por ellos. Era famoso dentro del grupo por planear las muertes de o asesinar personalmente a todo aquel que conociera la ubicación de la isla de Artakha – incluyendo a otros miembros de la Orden y a un Makuta. Aunque uno esperaría que alguien como él fuera frío y calmado, Tobduk estaba en un estado de ira perpetua – se alimentaba de la ira, la suya y la de los demás, lo hacía más fuerte.

Mazeka había luchado contra Tobduk unas cuantas veces durante su entrenamiento. Siempre había perdido. A pesar de los mejores esfuerzos del Matoran, la frustración y la ira crecían en él durante la pelea, haciendo a Tobduk incluso más fuerte. Entonces la pelea terminaba en segundos.

“Sal ya, Mazeka,” dijo Tobduk, con la sonrisa de un lobo Kavinika hambriento. “Sé que estás ahí.”

No tenía sentido negarlo o posponer lo inevitable. Mazeka abrió la entrada del túnel de una patada y salió a la luz. “Pensé que estarías fuera matando algo,” dijo. “¿Helryx te castigó?”

“Mi momento está llegando,” dijo Tobduk. “Fui hecho para la guerra.”

“Genial,” dijo Mazeka. Se forzó a permanecer calmado y sereno, para negarle a Tobduk cualquier fuerza extra. “Espero que tú y tus batallas sean muy felices juntos. Necesito información. ¿Dónde está Helryx?”

“Fuera. Y tú no vienes a nosotros... nosotros te llamamos,” gruñó Tobduk amenazadoramente.

“Vultraz se dirige al núcleo, llevando algo a un Makuta,” explicó Mazeka. “Necesito seguirlo, pero no sé dónde está el núcleo.”

“Yo sí,” dijo Tobduk. De algún modo sus ojos lograron resplandecer y aún así permanecer fríos y muertos al mismo tiempo. “Y podría decírtelo... pero aún no.” Tomó una daga del escritorio de Helryx y jugueteó con ella. “Jerbraz dice que has llegado lejos. ¿Pero tienes lo que se necesita para matar?”

Aquí viene, pensó Mazeka. Va a desafiarme a combatir por la información que busco. Y soy mejor de lo que solía ser, pero no lo suficiente como para vencerlo.

Para sorpresa de Mazeka, Tobduk puso la daga en una funda en su cadera y sonrió. “No. Matarte ya ni siquiera sería un deporte, no cuando hay tantos objetivos mejores allí afuera. Tengo un trabajo que hacer, Mazeka... y podría necesitar un poco de ayuda. Tú me ayudas y te diré lo que quieres saber... o puedes negarte, y los guardias te arrastrarán a una celda para interrogarte mientras Vultraz sigue libre.”

Mazeka no tenía elección. Su necesidad de venganza contra Vultraz le importaba más que cualquier otra cosa. Si tenía que aliarse con alguien como Tobduk para conseguir sus metas, entonces que así fuera.

“¿Qué tengo que hacer?” preguntó Mazeka.

“Nada muy terrible,” dijo Tobduk, ya saliendo de la cámara y obviamente esperando que Mazeka lo siguiera. “Sólo vamos de cacería.”

Continuará en Guerra del Destino, parte seis.

Capítulo 6[]

Mazeka tomó a Vezon del brazo y lo alejó de donde Makuta Tridax y Tobduk luchaban. “Vamos, idiota,” dijo el Matoran. “¿Quieres que te maten?”

“Bueno...” dijo Vezon, como si realmente estuviera debatiendo la pregunta. “De todas formas, quiero ver el final.”

“Créeme, habrá bastantes finales para ver,” dijo Mazeka, con algo de amargura en su voz. “Eventualmente todo termina... y a veces, no estás seguro del por qué.”

“Qué profundo. Qué intenso,” dijo Vezon. Luego agregó, “Qué aburrido. ¿Quién eres y por qué estás aquí?”

“Estoy aquí para matarte,” dijo Mazeka.

“Oh,” se alegró Vezon. “Sabía que había algo de ti que me gustaba.”


Tobduk observó los últimos restos de la armadura del Makuta disolverse ante el virus devorador de protoacero. Ahora sólo debía ocuparse de su Antidermis que flotaba libremente. Mientras tanto, la Fortaleza de Destral seguía sacudiéndose y desmoronándose por el ataque del exterior.

“Tú Makuta,” dijo Tobduk, sacudiendo la cabeza. “Al final, sólo eres un manojo de corrupción, ¿no? Ninguna sustancia en lo absoluto. No como estos Toa que has apresado por todos lados en esta cámara.”

Tobduk miró a su alrededor. No reconoció a los Toa en los contenedores, pero sabía que – de alguna forma – todos eran el mismo ser. “Alguien se ha estado metiendo con cosas que es mejor dejar en paz,” dijo, en una voz vagamente siniestra y melodiosa. “He oído suficientes historias de Turaga para saber a qué lleva eso.”

La Antidermis que flotaba en medio de la habitación se volvió de un tono más oscuro de negro y verde. Tobduk no tenía dudas de que el Makuta estaba intentando atacarlo mentalmente... ¿O quizás rogaba telepáticamente por su vida? Pero con sus escudos mentales activados, nada iba a pasar. Sin embargo eso estaba bien. Odiaba oír llorar a una nube de gas crecidita.

“Puedo adivinar qué estás pensando,” dijo Tobduk. “Con todos estos Toa aquí, nadie se atrevería a destruir Destral. Nadie se arriesgaría a causar daño a todas esas otras realidades. Nadie sacrificaría todas estas vidas.”

Tobduk sonrió y sacó un cetro de apariencia desagradable. El mango estaba inscrito con símbolos Matoran y la cabeza estaba tallada en la forma de la cabeza de una Víbora de la Perdición. “Bueno, déjame contarte algo. Solía vivir en una isla al este de aquí... un lugar sencillo, donde algunos de nosotros intentábamos llevar el día a día. Teníamos un pequeño problema con los Rahi de vez en cuando, nada demasiado serio. Es decir, hasta el día en que apareció un Makuta.

“Tenía un pequeño experimento que quería realizar. Mezcló algo de esto, algo de aquello, y antes de que te dieras cuenta... tenía una monstruosa araña gigante... y luego muchas más. Pero eso no era suficiente... tenía que ver qué podían hacer. Así que las liberó en nuestra aldea... todo pasó en minutos. Cuando terminaron, el Makuta renombró a la isla como Visorak en honor a sus mascotas.”

Tobduk se estremeció un poco por el recuerdo. “Logré salir de la isla... unos cuantos más también lo hicieron... y llegamos a Nynrah, y desde allí, a Stelt. Para cuando llegamos allí, el horror de todo lo que había visto me había... cambiado. Cuando mis nuevos amigos me acogieron, me llamaron ‘Tobduk,’ que he oído significa ‘sobreviviente.’ Es su idea de una broma, supongo.”

Los ojos de Tobduk resplandecieron con una mezcla de ira y demencia. “Porque, verás, yo no sobreviví. Ni siquiera sé quién solía ser. No soy quien era... y no soy lo que la Orden quiso hacer de mí. No soy nadie.”

Un rayo de ardiente energía se disparó desde el cetro de Tobduk. Alcanzó a la Antidermis en el aire, incinerándola en segundos. Tobduk no desactivó el arma hasta que la última partícula hubo desaparecido.

“Impresionante,” dijo Mazeka desde la puerta.

Tobduk se encogió de hombros. “Me ayuda a pasar el tiempo. ¿Dónde está el otro? Es un Rahi suelto... debe ser contenido.”

“Está muerto,” mintió Mazeka. No tenía idea de quién era Vezon, pero tampoco tenía razones para asesinarlo. Decidió dejar que se arriesgara con el ejército al otro lado de las puertas, por muy remotas que fueran sus oportunidades.

“Me debes una,” continuó el Matoran. “Dijiste que si te ayudaba, me dirías cómo encontrar el núcleo.”

La fortaleza fue sacudida por una explosión. El techo de la cámara se partió y comenzaron a caer escombros. “Así es,” dijo Tobduk, al parecer indiferente ante la destrucción a su alrededor. “Muy bien, Matoran, te indicaré la dirección correcta.”

“¿Y qué pasará con todos estos Toa?” preguntó Mazeka.

“Lugar equivocado, momento equivocado,” respondió Tobduk. “No pertenecen aquí y no tenemos tiempo para enviarlos a todos a casa. Son víctimas de guerra. Puedes quedarte e intentar salvarlos si quieres, pero yo ya terminé aquí... así que me voy. Si quieres el secreto del núcleo, vendrás conmigo.”

Mazeka lo consideró. Las vidas de un montón de Toa que no conocía contra detener cualquiera que fuese la maldad que Vultraz había planeado. Sabía lo que haría un Toa – arriesgarlo todo para salvar a los indefensos y permitir que el villano escapara, tal vez arriesgando más vidas a largo plazo. Pero quizás era por eso que sólo quedaban poco más de 50 Toa en el universo – y de todas formas, Mazeka no era uno de ellos.

“Bien,” dijo el Matoran. “Vámonos.”


Cuando el Matoran y el agente de la Orden se habían ido de la cámara, Vezon salió de las sombras. Destral se caía en pedazos a su alrededor, pero lo ignoró. Sus ojos estaban puestos en todos esos contenedores cristalinos y los Toa durmiendo dentro de ellos.

Se había burlado de la “colección” de Makuta Tridax hacía poco. Pero mientras el ser demente pasaba un dedo por uno de los contenedores, no pudo evitar preguntarse:

¿Qué no podría hacer con un ejército de Toa a mi lado?

Capítulo 7[]

Mazeka piloteó su caminante de pantano por las afueras de Karda Nui. Le había tomado demasiado tiempo conseguir las indicaciones de Tobduk para llegar a este lugar, y más tiempo para recuperar su vehículo de Daxia. Sólo Mata Nui sabía qué clase de problemas podría haber causado Vultraz mientras tanto.

El caminante se movió rápidamente a través de las turbias aguas. La fuerza magnética de las puntas de sus patas lo mantenían flotando unos cuantos centímetros por sobre la superficie del pantano. De vez en cuando, un tentáculo... o algo peor... salía del barro e intentaba atrapar el vehículo, y Mazeka tenía que ocuparse de ello.

El sonido de la batalla estaba por todas partes. Había Toa en combate con pesadillas aladas que Mazeka asumió eran miembros de la Hermandad de Makuta. Sus fuentes le habían informado que Icarax había sido llamado a este lugar, y que a su vez Icarax había llamado a Vultraz. Sólo podía haber una razón para hacer eso, y era una que enfermaba a Mazeka.

Cinco años atrás, Mazeka y su mentor habían trabajado duro, investigando el origen de todas las cosas. Todos sabían sobre los Grandes Seres y el Gran Espíritu Mata Nui, pero, ¿Cuánto era mito, y cuánto realidad? Los dos estaban decididos a descubrirlo. Aunque no estaban ni cerca de aprender todo lo que había por saber, habían descubierto mucho, incluyendo un aterrador secreto: el origen de los Makuta. Tallada en una de sus tabletas estaba su mejor teoría sobre cómo el Gran Espíritu había creado a los Makuta, y dónde. Esa tableta estaba entre las muchas robadas por Vultraz.

En su momento, fue un crimen terrible. Ahora podía ser un desastre. Un Makuta armado con ese conocimiento podría crear un ejército de sus hermanos, o tal vez una forma más poderosa para sí mismo. Mazeka no estaba seguro de cuándo había aprendido Icarax lo que Vultraz sabía, o por qué quería la información ahora, pero sí había algo que sabía con certeza – no podía permitir que Icarax le pusiera sus garras encima.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Karda Nui era un lugar enorme, por lo que encontrar a Vultraz no sería sencillo. Y tenía que hacerlo mientras evitaba ser arrastrado a la batalla entre los Toa y los Makuta.

Uno de estos días, realmente tengo que dejar de elegir todos los trabajos fáciles, pensó.


Vultraz voló su caza aéreo muy por encima de las aguas del pantano. Se sentía como si estuviera visitando una tierra de ensueño. Abajo, los Toa eran golpeados por los Makuta, y los Matoran de Sombras estaban cazando a sus antiguos amigos. Era un pequeño trozo de paraíso.

Recordó cómo había sido antes de convertirse en un Matoran de Sombras. La verdad, no había mucha diferencia. Ahora era un poco más poderoso, pero nunca había tomado muy en cuenta la justicia y la moralidad antes, por lo que su nueva perspectiva de la vida era muy similar a la anterior.

El débil llamado telepático de Icarax lo había alcanzado en Destral. Obviamente el Makuta estaba gravemente herido. Primero Vultraz tuvo que rastrear dónde había escondido las tabletas que había robado hacía tanto, para verificar su información. Sería una idea suicida el darle datos erróneos a Icarax.

Se inclinó hacia la izquierda, siguiendo la llamada mental de Icarax. Fue entonces que sus ojos captaron un movimiento muy abajo y hacia el oeste. Al principio, supuso que era un Toa o uno de los Av-Matoran, probablemente huyendo. Entonces distinguió el contorno característico de un Caminante de Pantano y supo de inmediato quién tenía que ser.

Vultraz sonrió. De algún modo, esto era apropiado. La Hermandad estaba a punto de ganar su mayor – su última – victoria... y el destino le había entregado a su viejo enemigo, Mazeka, en sus manos. Sólo lamentaba que Mazeka no viviría para ver el triunfo de las sombras.

Con Icarax momentáneamente olvidado, dirigió su nave en picada, directo hacia Mazeka.


Mazeka divisó a Vultraz cuando ya sólo le quedaban unos cuantos segundos para reaccionar. El caza aéreo ahora volaba bajo por sobre el agua, dirigido a estrellarse contra el caminante de pantano. Cuando Vultraz abrió fuego con sus cañones aéreos, Mazeka hizo lo mismo, mientras embestía con su vehículo directamente contra su enemigo.

Los dos viejos enemigos se lanzaron a un último enfrentamiento, o tal vez a su destrucción mutua... pero nunca llegaron a encontrarse.

Un portal se abrió en el espacio justo entre ellos. Era demasiado tarde para detenerse, demasiado tarde para virar... demasiado tarde para hacer cualquier cosa que no fuera sumergirse en él. Y entonces ambos desaparecieron de Karda Nui...


Hubo un repugnante momento de oscuridad y desorientación. Cuando las luces volvieron, el caminante de pantano se dirigía directamente hacia un enorme árbol envuelto en metal dorado. Mazeka tiró con fuerza de los controles y giró el vehículo. Perdiendo el equilibrio, se volcó. Alcanzó a saltar justo a tiempo.

No muy lejos, Vultraz se encontró dirigiéndose hacia lo que parecía un lago. Fue sólo cuando se acercó más que vio a las “aguas” ondulando como un gran organismo. Segundos después, fragmentos de afilado cristal volaron desde las profundidades del pseudo-lago, rebanando trozos del caza aéreo. Fuera de control, el vehículo comenzó a girar en espiral. Vultraz saltó justo antes de que golpeara la superficie de lo que ahora creía ser una criatura. Apenas el vehículo hizo contacto, se transformó en energía pura y desapareció.

Vultraz, colgando de la rama de un árbol, dijo, “Bueno, eso fue extraño.”

Mazeka se giró al escuchar a alguien acercándose desde el bosque. Se sorprendió al ver salir a una Ga-Matoran, seguida por una Toa del Agua. “¿Quién eres?” preguntó. “Y... ¿Dónde estoy?”

“¿Dónde estás --?” dijo la Ga-Matoran, luego rió. “Oh ya veo. Otra prueba. Está bien, voy a seguirles el juego. Ustedes están en Spherus Magna, y yo soy Toa Macku. Esta enorme masa de músculos es uno de mis aldeanos. Siempre contenta de conocer a otro héroe de la Unión.”

Capítulo 8[]

“¿Spherus Magna?” dijo Mazeka, mientras él y Vultraz caminaban tras sus anfitriones. “En el nombre de Mata Nui, ¿Qué es un Spherus Magna?”

Toa Macku se volvió para mirarlo. “Realmente debes haberte golpeado fuerte la cabeza cuando te estrellaste. ¿Y qué es un Mata Nui?”

“Qué es un –” respondió Mazeka, sorprendido.

“Hmmmm,” dijo Vultraz. “Creo que ya no estamos en Karda Nui. Tal vez si golpeo mis pies rojos juntos tres veces y lo deseo con todo corazón...”

“Esto es Spherus Magna,” dijo Macku, indicando los bosques a su alrededor. “Es el mundo entero. Deberían saberlo, ustedes ayudaron a salvarlo.”

“¿Lo hice?” dijo Mazeka.

“Claro que lo hicimos,” dijo Vultraz. “Esos eran buenos tiempos, ¿No, Macku? Nunca me canso de oír esa historia.”

Macku sonrió. “Yo tampoco. Pero creo que mi amiga Matoran Helryx, se aburre bastante con esa historia.”

“Eso no es cierto,” dijo la alta figura de armadura azul. “Sólo desearía poder haber ayudado un poco, eso es todo.”

“Lo sé, sólo bromeaba,” contestó Macku. “Pero sabes que los Grandes Seres pretendían que nosotros los Toa realizáramos los trabajos difíciles – por eso nos hicieron tan ágiles y rápidos, aunque algo pequeños. Ustedes los Matoran grandes se supone que hagan el trabajo que la aldea necesita para poder prosperar.”

Mazeka sintió que el mundo se había puesto de cabeza. ¿Aquí los aldeanos Matoran eran Toa? ¿Y los Toa eran aldeanos? ¿Y Helryx – líder de la Orden de Mata Nui – no había sido de ninguna ayuda? Esto era una locura.

“Vultraz tiene razón, creo” dijo, pensando rápido. “Es una gran historia. Apuesto a que tú también la cuentas bien, Macku.”

“No tan bien como Takua, pero hago lo mejor que puedo,” dijo Macku con voz orgullosa. “Bueno, fue hace poco más de 100.000 años. Algunos aldeanos descubrieron un líquido plateado filtrándose por una fisura y fueron a ver qué era. Lo tocaron y – ¡puf! – no más aldeanos. Después, alguien más intentó recoger un poco y su herramienta se transformó en un tridente. Raro.”

Mazeka frunció el ceño. Eso sonaba como una descripción de protodermis energizada. Siempre había pensado que había sido creada por los Grandes Seres, pero ahora sonaba como que venía del núcleo de este mundo.

“De cualquier forma, obviamente era algo bastante poderoso. Por lo que todos comenzaron a luchar por él... sin prestar atención al hecho de que se estaba esparciendo por todas partes. Pero los Grandes Seres vieron lo que estaba pasando, y supieron que si no se detenía, el planeta se haría pedazos.”

Los cuatro viajeros salieron a un claro. Aquí había una aldea, llena de seres como Helryx. No se veía ningún otro ser del tamaño de Macku.

“Bienvenidos a Ga-Koro,” dijo Macku. “Como iba diciendo – supongo que los Grandes Seres rechazaron sus primeras ideas, lo que sea que fueran, pero finalmente encontraron una forma de ayudar a la situación. Crearon un puñado de poderosos seres llamados Toa – esos somos nosotros – con poderes elementales y poderes de máscara. Y fuimos bajo tierra a recuperar el líquido en contenedores especiales e intentar arreglar el daño. No fue fácil – ya había bastantes derrumbes en las cuevas, por lo que tuvimos suerte de no ser tan grandes como Helryx. Nos tomó casi cinco años, pero conseguimos volver a unir el planeta.”

“¿Y nunca han escuchado de Mata Nui?” preguntó Mazeka.

Macku negó con la cabeza. “No. Le puedo preguntar a Toa Kapura la próxima vez que lo vea, si quieres.”

“Oh, sí,” dijo Vultraz, riendo entre dientes. “Por favor.”

Mazeka había tenido suficiente. “Macku, mi compañero y yo, nosotros no somos... de por aquí. Y tenemos que volver a casa. Es un viaje largo... tengo la sensación de que será uno realmente largo... y no estamos seguros de cómo hacerlo. ¿Conoces a alguien que pueda ayudarnos?”

Macku se detuvo a pensar. “Bueno, está Gali,” dijo finalmente. “Tiene un negocio de canoas. He oído que ha llegado tan al sur como las montañas, pero no mucho más allá. No creo que haya mucho que ver más allá de las cumbres.”

“Creo que vamos a necesitar más que una canoa,” dijo Mazeka.

“¿Cuál es la prisa?” dijo Vultraz. “Creo que podría llegar a gustarme este lugar. ‘Toa Vultraz’... suena bien, ¿no creen?”

“Si están realmente preocupados, supongo que sólo hay una cosa que hacer,” dijo Macku. “Tendrán que ir a ver a los Grandes Seres. Ellos conocen este mundo mejor que nadie, desde el Gran Mar hasta la Escarcha del Norte. Estoy algo ocupada, pero estoy segura de que puedo encontrarles un guía, si quieren.”

“Sí, gracias,” dijo Mazeka. Cuando Macku se fue, se volvió hacia Vultraz, furioso. “Nosotros no pertenecemos aquí. Iremos a casa, antes de que causemos algún daño a este... lo que sea que sea este lugar.”

“No pudiste detenerme en nuestro propio universo, donde tenías a toda la Orden de Mata Nui y a verdaderos Toa contigo,” se burló Vultraz. “Aquí en el pacífico bosque, con Toa de la mitad del tamaño, aldeanos agrandados, y ningún Gran Espíritu cerca, no tienes ninguna oportunidad.”

Vultraz sonrió abiertamente. “Dame un mes, Mazeka, y estaré dirigiendo este lugar. Y tú – si sigues con vida – tú serás el más buscado de Spherus Magna.”

Capítulo 9[]

Si Mazeka pensaba que le habían impactado todas las diferencias entre el mundo de Spherus Magna y el universo al que estaba acostumbrado, estaba a punto de llevarse una sorpresa aún mayor. Toa Macku regresó con un guía para la fortaleza de los Grandes Seres – un ser alto, de armadura blanca, a quien presentó como Makuta Teridax. El recién llegado saludó a Vultraz y Mazeka y sugirió que partieran de inmediato, pues era un viaje traicionero en la oscuridad.

“Entonces, ¿tu título es Makuta?” preguntó Mazeka. “¿Qué es lo que haces?”

“Lo que sea necesario,” contestó Teridax. “Mi rol es ayudar a los Toa a cuidar a los aldeanos; crear nuevas formas de vida, de ser necesario; y enseñar las virtudes de unidad, deber y destino a aquellos que yo y mis hermanos creamos.”

Vultraz pensó que iba a enfermarse. ¿Qué les habían hecho a los Makuta aquí? ¿Dónde estaba la deliciosa maldad, los complejos planes, la despiadada ambición? O... si las acciones de los Makuta habían sido avivadas por un odio/envidia hacia Mata Nui, y aquí no había ningún Mata Nui, ¿Acaso las cosas habían salido de otra forma?

“Debe ser un trabajo duro,” dijo Vultraz.

“Consume... bastante tiempo,” dijo Teridax. “Un Makuta debe ser alguien completamente falto de duda, o miedo, sin rastro de sombras, por lo que toma largos años de meditación antes de que uno esté listo para asumir el título. Las fuerzas que solían gobernar este mundo habían enloquecido por la sed de poder – los Grandes Seres crearon a los Makuta como respuesta a eso.”

Nadie habló por el resto del viaje. Mazeka estaba lleno de preguntas, pero no estaba seguro de que fuera sensato hacerlas. Si el Makuta descubría de dónde venían él y Vultraz realmente, podría decidir apresarlos, o peor. Después de todo, ¿Por qué los seres de Spherus Magna querrían que aquellos de un universo tan destrozado por la guerra como el de Mazeka supieran de ellos, o de su dimensión?

Fue un largo y peligroso viaje a través de espesos bosques y altas montañas. De vez en cuando, un gran rugido sacudía la tierra. Los dos Matoran no preguntaban de dónde venía – ninguno quería saberlo en realidad – y Teridax no se ofrecía a responder.

Finalmente llegaron a una enorme fortaleza hecha completamente de cristal y hierro. Otros dos Makuta protegían la puerta principal. Mazeka y Vultraz los reconocieron como a Gorast e Icarax, también de armadura blanca. Permitieron que el grupo pasara sin problemas. El único momento de incertidumbre fue cuando Vultraz miró a Gorast y murmuró, “Lindo traje.” La respuesta de Gorast fue alzarlo por el aire telequinéticamente y luego azotarlo contra el suelo. Era su versión de una amable advertencia.

El trayecto hasta la fortaleza había sido largo. El viaje desde la puerta principal hacia la cámara central lo fue aún más. Después de la vuelta número 100, Mazeka se convenció de que todo era a propósito. Evidentemente los Grandes Seres no acogían a los visitantes, y no querían que aquellos a los que sí aceptaban recordaran cómo encontrarlos.

Mazeka esperaba llegar a un enorme laboratorio. En vez de eso, la habitación a la que los llevó Teridax se veía más como la cámara de un consejo. En la otra punta de la habitación había un estrado de piedra semicircular. La única iluminación venía de las piedras de luz incrustadas en lo alto del techo, y esa luz apenas era suficiente para ver sus propias manos frente a su rostro. Creyó haber distinguido a seis figuras sentadas en la tarima, pero luego habían desaparecido. Tal vez, como tantas cosas, sólo había sido un truco de luz y sombras.

Una voz suave, no más que un susurro, rompió la quietud. “¿A quién nos has traído, Makuta, y por qué?”

“Dicen venir de otra tierra, y que buscan regresar allí,” dijo Teridax. “Se ven como Toa, pero creo que las apariencias engañan. Y uno de ellos... uno tiene un espíritu lleno de sombras.”

Mazeka maldijo en voz baja. Había sido un idiota – los Makuta eran telépatas. El entrenamiento de la Orden de Mata Nui escudaba su mente, pero Vultraz no tenía tal protección contra intrusiones mentales. Teridax había leído su mente y ahora lo sabía todo.

“Acérquense,” dijo otro susurro. Mazeka se sorprendió por lo antigua que sonaba la voz.

Dio un paso. Vultraz dudó hasta que Teridax lo empujó hacia delante. Hubo una eternidad de silencio. Luego vinieron más susurros.

“Nuestro trabajo... pero no nuestro trabajo. Interesante.”

“¿Y uno lleno de sombras? Qué intrigante... ¿Me pregunto si hubo una falla en su creación?”

“Quizás deberíamos desarmarlo y averiguarlo.”

“No, no... demasiado extremo. Pero deberían hacerse pruebas, estoy de acuerdo.”

“Oigan, esperen un minuto,” dijo Vultraz. “No me ofrecí de voluntario para ser un Rahi de laboratorio.”

“Sólo queremos ir a casa,” dijo Mazeka. “Tenemos... asuntos que arreglar allí. Les pido que nos dejen ir.”

“Es una oportunidad perdida,” susurró uno de los Grandes Seres.

“Quizás no. Quizás no. Puede hacerse un intercambio.”

“¿Cuál es tu nombre, visitante?”

“Mazeka.”

“Mazeka, sí,” fue la respuesta. “Tenemos muchas creaciones maravillosas, Mazeka... algunas de las cuales ni siquiera el leal Teridax conoce. Tu visita es, verdaderamente, fascinante, pero no una sorpresa para nosotros. Somos muy conscientes de que tenemos contrapartes en otros lugares de las muchas, incontables realidades que existen. Sólo era cuestión de tiempo antes de que una de sus creaciones atravesara los muros dimensionales... y considerando el caótico estado de sus creaciones, no era un evento que esperáramos con regocijo.

“Y así, ofrecemos un intercambio. Se te permitirá regresar al lugar del que viniste. Nos quedaremos con tu compañero – estoy seguro de que tienen bastante oscuridad en su universo, y no necesitan más. Y nos interesaría ver exactamente dónde nuestros otros yo se equivocaron en su creación. A cambio, se te permitirá llevar a un ser de nuestro universo de vuelta contigo, para mantener el equilibrio entre las dos realidades.”

Mazeka no estaba seguro de qué decir. Odiaba a Vultraz, lo había hecho por años, pero quería derrotarlo limpiamente y verlo llevado ante la justicia. En vez de eso, esto sería dejarlo atrapado en una realidad extraña y enfrentándose a quien sabe qué futuro.

“Lo siento,” dijo Mazeka. “No puedo aceptar su petición.”

“Eso nos dolería mucho,” respondió el Gran Ser, “de haber sido una petición. No lo era.”

Chirox y Vamprah salieron de la oscuridad y agarraron a Vultraz. Mazeka se movió para detenerlos, sólo para ver su camino bloqueado por Teridax.

“He visto la corrupción en su espíritu,” dijo el Makuta. “Y muchas más... cosas que me avergüenzan. He mirado en un espejo distorsionado, uno que desearía poder hacer añicos. No recibirá ni más ni menos de lo que merece.”

“No lo entienden,” dijo Mazeka, mientras se llevaban a Vultraz a rastras. “Él es mi responsabilidad.”

“Él no es responsabilidad de nadie más que de sí mismo,” dijo Teridax. “Si no aprendes nada más de tu tiempo aquí, aprende eso.”

“Elige,” dijo uno de los Grandes Seres. “Es hora de que te vayas.”

Mazeka consideró. ¿Quería llevar a alguien de vuelta con él, y de ser así, a quién? ¿Macku? ¿Kapura? ¿Un Gran Ser? ¿Había alguien que pudiera ayudar en la lucha que seguía en su hogar?

Y entonces le llegó la respuesta. Se volvió hacia Teridax y dijo, “Tú.”

Teridax asintió. “A través del espejo, entonces...”

“Y tu oportunidad de destrozarlo,” dijo Mazeka.

“Entonces prepárense,” dijo el Gran Ser. “No envidiamos ni su viaje ni su destino. Pero es un viaje que aún así debe hacerse... y un destino que quizás sólo ustedes puedan salvar.”

Personajes[]

Trivia[]

  • El comentario de Vultraz sobre golpear sus pies rojos juntos y desear es una referencia a la película El Mago de Oz, en la cual la protagonista Dorothy viaja de Oz a su hogar en Kansas de manera similar a la que menciona Vultraz (golpea tus talones juntos y repite las palabras 'No hay lugar como el hogar').


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